Me otean por
los senderos pronunciándome como la más pura, ya que por sus ojos no perciben
más que mi linaje, y no menos el pavor ante quien la sangre acusa como mi
padre. Creo en las palabras, aunque pobres bastardas los sentimientos se les
escurren de sus bocas rancias… Pero a nuestro pesar las acumulo entre mi ajuar
y mi piel lánguida. No obstante, confío que me vislumbraría el último orador
que concurrió al festín de Agatón; le sería paradigma de su discurso descarnado, avistaría la
lobreguez de mi esencia al poseer la peste que propaga Eros. ¡Los astros son
refrendatorios de este padecimiento!, del desconsuelo que al desojarse de mí se
vuelve nácar. ¡Oh cada blanca esfera a las que sus miradas acechen tómenla como
el leal vestigio de mi cáliz! ¡Está el mar atestado por mis gajos lacerantes!...
Y ahora, aquí, ante este muro, decorado consuetudinario, donde la sombra de mi lágrima
ya es cicatriz. A las puertas de este infinito laberinto he fingido adoración a
un vanidoso delfín, y temor ciego e insoportable ante su óbito;
proporcionándole una espada – que ruego a los dioses que nunca te roce-, y el
ovillo, hijo de mis plegarias ante tu ausencia, criatura eremita por condena
del Rey de Creta. Ya sólo aguardo que retornes a mi amparo, la noche
desapercibida se presenta y en sigilo anhelo saciar mi ávido deseo de
poseerte.
martes, 14 de octubre de 2014
viernes, 10 de octubre de 2014
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