martes, 14 de octubre de 2014

Ariana



Me otean por los senderos pronunciándome como la más pura, ya que por sus ojos no perciben más que mi linaje, y no menos el pavor ante quien la sangre acusa como mi padre. Creo en las palabras, aunque pobres bastardas los sentimientos se les escurren de sus bocas rancias… Pero a nuestro pesar las acumulo entre mi ajuar y mi piel lánguida. No obstante, confío que me vislumbraría el último orador que concurrió al festín de Agatón; le sería paradigma  de su discurso descarnado, avistaría la lobreguez de mi esencia al poseer la peste que propaga Eros. ¡Los astros son refrendatorios de este padecimiento!, del desconsuelo que al desojarse de mí se vuelve nácar. ¡Oh cada blanca esfera a las que sus miradas acechen tómenla como el leal vestigio de mi cáliz! ¡Está el mar atestado por mis gajos lacerantes!... Y ahora, aquí, ante este muro, decorado consuetudinario, donde la sombra de mi lágrima ya es cicatriz. A las puertas de este infinito laberinto he fingido adoración a un vanidoso delfín, y temor ciego e insoportable ante su óbito; proporcionándole una espada – que ruego a los dioses que nunca te roce-, y el ovillo, hijo de mis plegarias ante tu ausencia, criatura eremita por condena del Rey de Creta. Ya sólo aguardo que retornes a mi amparo, la noche desapercibida se presenta y en sigilo anhelo saciar mi ávido deseo de poseerte.  

viernes, 10 de octubre de 2014