Suaves, blancos, lúdicos conejos en un lugar de olor fétido, de excremento, en la descomposición de algo.
Una elipsis y un habitación de hospital, de techos altos, paredes blancas y pulcras, algunas con azulejos. Dos camas, una vacía, la otra la mía. Al Lado otro cuarto con personas que de pronto ya no están y un pasillo contiguo. El lugar esta vació, se quejan. Una cama de cada cuarto tiene mis sabanas infantiles, las de Mickey Mouse. Pido a mi madre que me vea las piernas, en una pantorrilla tengo una cicatriz reciente, una cortadura horizontal. Abre y sale tierra con conejos muertos de mí. Le entrego la otra, no tiene marca. Ella agarra la tijera y corta. Duele pero sólo un poco. Salen más cadáveres de conejo y tierra. Le preguntó casi como afirmación que eso me podría haber lastimado, dañado. Ella afirma dubitativamente para no preocuparme. me visitan, hay voces, mi pijama tiene manchas de sangre, pequeñas como lágrimas, dicen hospital...
Estoy viajando, me gusta, tengo las voces de mis tíos pero creo que también está mi mamá. Hay campo, hace frío y bastante nublado. Pienso donde estaré, quiero saber . Quisiera vivir acá con Fernando. Debajo hay unas vías y un tren escolar, naranja y blanco, pasa a todo vapor.Seguimos por la ruta, y un barrio de casas bajas londinenses, de obreros invade el paisaje. Está todo cerrado, dormido.
Entramos a una ciudad, quizás algo menor. Parece el inicio de Avenida Regimientos de Patricios, esa zona de La Boca, San Telmo. Un teatro abandonado donde su pasado fue una fábrica. Una calle Western, la cruza 9 de Julio. Me la repito mentalmente, una y otra vez. No quiero olvidarla. Doblamos y un paisaje bellísimo, dulce aparece: infinitos techos de casas bajas recubiertas de nieve, mi tía me detiene aclarando "No es nieve, es agua helada".Le pido a mi tío frenar para sacar una fotografía, él lo hace.