En esa ocasión, yo vi (aunque tú no podías) volando entre la fría Luna y la Tierra, a Cupido, todo armado: apuntó certeramente a una bella Vestal, sentada en un trono a occidente, y disparó hábilmente de su arco su punta amorosa, como para traspasar cien mil corazones , pero yo pude ver la feroz flecha del joven Cupido pagada en los castos fulgores de la acuosa Luna; y la Vestal imperial siguió adelante, libre de antojo, en virginal meditación.Pero me fije dónde había caído el disparo de Cupido: había caído en una florecilla de occidente, antes blanca como la leche ahora purpúrea de la herida de amor: y las doncellas la llaman violeta de pensamiento.Tráeme esa flor...
William Shakespeare
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